Los trastos de torear. Foto: Pablo ALONSO.

Por Jesús López Garañeda,
Federación Taurina de Valladolid.

Ha llegado la hora de remodelar, de cambiar, de entregar y rendir la cuenta de resultados de una temporada dedicada por los protagonistas de la Fiesta de toros a la afición, al público que siguió con animación, fe y aplausos sus intervenciones y a ellos mismos y su entorno cercano por todo lo sucedido, por todo lo hecho.

En el silencio recogido de una finca, a la lumbre de troncos de encina que chisporrotean al comienzo y luego mantienen el acogedor rescoldo de brasas, la meditación por todo cuanto ha pasado esta temporada y las ideas para preparar la siguiente, es tiempo obligado, sobre todo para aquellos que no pasan todavía el charco del océano para hacer las Américas como los viejos descubridores y propagadores de una idea y una actividad hermosa, llena de vitalidad, emoción, riesgo y entrega, tiempo obligado, digo, de análisis, meditación y recuerdo.

Los trastos, los trebejos, capotes, muletas y demás objetos que componen el equipaje de los toreros para salir a una plaza a ofrecer su arte junto a lo mejor que tienen en sí mismos que es la vida propia frente a la lidia de un toro bravo, están recogidos en el armario, una vez lavados y planchados, esperando de nuevo la llegada del momento en que, como la mano de nieve anhelada por el arpa arrinconada del poeta, vuelva a sacar las notas de su melodía histórica, costumbrista y tradicional.

Los toreros tienen ahora su momento para cambiar, para buscar ayuda, para encomendarse a las manos que gestionan sus actuaciones en las diferentes ferias taurinas. Ellos son los apoderados, esa parte imprescindible de los toreros, sus alter ego, a quienes buscan los toreros con fruición e interés a fin de encontrar quien les encuentre y dé participación en ese banquete nupcial que supone para ellos la intervención en los festejos de toros.

Hay como puede comprobarse una gran lista de toreros que van a empezar la nueva temporada con mentores y apoderados, nuevos para ellos, pero ya muchos curtidos en los sudores y metafísica del arte de la representación.

Aunque el aspecto fundamental y sustento de todo es el público al que nadie se quiere someter, porque el público es inmisericorde con quien recula; alegre y jacarandoso con quien le da alegría y entretenimiento; participativo con el que no le engaña y colaborador generoso e imprescindible cuando la verdad va por delante de todo, sin tapujos ni engaños que velen la realidad de las cosas, en este caso de la Fiesta de toros, de la Tauromaquia.

Por eso bueno es que en estas horas de silencio, mientras los toros reburdean, pitan o mugen en las dehesas, al calor de una lumbre campera, el pensamiento de los taurinos se descuelgue en un análisis realista y sincero de lo que se ha venido haciendo bien para repetirlo o mal para eliminarlo, en una temporada conocida ya como la del resurgir.