In "Del Toro al Infinito" ) ¿Por qué hablar de toros y de cultura? / por Joaquín Herrera Viajaba, hacía Méjico Rafael el Gallo ,...
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¿Por qué hablar de toros y de cultura? / por Joaquín Herrera
¿Por qué hablar de toros y de cultura?
Salud camaradas¡
¡Vayan Vds. con Dios compañeros, les respondió Rafael.... ¡...
...Merece la pena hablar de toros y de cultura...
Puede que los medio ambientalistas tengan su razón, cuando nos hacen pensar sobre las corridas de toros. Quizás Eugenio Noel, Manuel Vicent, Julio Caro Baroja, Luis Solana o hasta Jovellanos, y hasta el concejal de Espartinas y Cuenca... tengan su razón. Pero me quedo con las contradicciones de Gala cuando nos relata las hermosas palabras que dedicó Abderraman a la hermosa Azahara y ahora yo dedico al planeta cultural de los toros:
“No la amo porque sus labios sean dulces, ni brillantes sus ojos, ni sus párpados suaves; no la amo porque entre sus dedos salte mi gozo y juegue como juegan los días con la esperanza; no la amo porque al mirarla sienta en la garganta el agua y al mismo tiempo una sed insaciable; la amo, sencillamente, porque no puedo hacer otra cosa que amarla. Si yo pudiese mandar en mi amor, quizá no la querría, pero a tanto no llega mi poder”.
Viendo toros me acuerdo de mi padre. Siento las emociones de él. Perdura y se hace presente en el recuerdo. Le escucho hablar de una faena o en una tertulia con pasión.
Evoco sus recuerdos de infancia. Cuando hablaba de toros, se le iluminaba la cara.
De su abuelo que lo llevaba a los toros. De la fuerza y emotividad de sus expresiones. De lo que suponían en el pueblo de La Algaba.
De sus opiniones medidas .Y de ver los toros en silencio y con respeto.
El corazón tiene razones que la razón no entiende.
El factor emocional y su relación con el patrimonio cultural familiar e histórico es causa. Varios siglos se entretuvieron los españoles con los toros.
El respeto y recuerdo a nuestros antepasados es muy importante.
A sus pasiones...y aficiones.
En mi casa se hablaba de toros y de cultura.
Nuestro estado afectivo transforma nuestro equilibrio e intensifica y emociona todo.
Reacciones emocionales alegres, llenas de estética y de sentimiento.
El miedo, la ansiedad, el desasosiego son también una reacción emocional.
Existe también una cierta percepción de empatía. De vencer a la muerte. De poder con el peligro. Unas co-sensaciones de afinidad con el artista o con la obra, casi con devoción ante la misma.
El espectador llora. Normalmente de alegría.
Es el propio amor de recuerdo a nuestros antepasados y a sus sentimientos.
Sabemos que estamos viendo algo único, y que la sorpresa puede acontecer. “Ya puedo morir tranquilo, pues he visto torear a.....".
La sorpresa no desaparece después del primer impacto visual, sino que se puede ir acumulando a medida que nos adentramos en el interior del propio espectáculo. Luz. Color. Movimiento. Ritmo. Cadencia. Temple. Música....celestial. Compás.
Poder frente a la adversidad.
También hay momentos de confusión. De ruido. De silencio. De división de opiniones.
Vuelve a tocar la música.
Incluso en algunos momentos, cuando el espectáculo no es puro, podemos tener complejo de culpa. También es una emoción.
El humor no escasea en los tendidos. Risas.
Charangas. Bellezas. Liturgia. Rito. Sacrificio. Suena el clarín.
Las emociones no surgen sin elementos de conocimiento o cognición y de cultura.
En el caso de la tauromaquia, la educación emocional, en la medida incita la motivación, produce satisfacción y felicidad. No es pues exagerado afirmar que la educación exige emociones; poco se puede construir entre individuos carentes a toda emoción. Por ello podemos afirmar que el patrimonio cultural, de la tauromaquia, es una herramienta educativa ya que contiene un alto potencial de emotividad y de valores. Esa es su defensa.
Meritocracia. Recompensa del esfuerzo y del amor propio.
Los aficionados, se sienten turbados, al pisar escenarios del pasado en los cuales ocurrieron cosas extraordinarias, donde estuvieron sus ascendientes. Son edificios adicionalmente de indudable estética e historia.
Cuantas faenas nos han contado ocurridas en dicha plaza, donde el interlocutor se hace partícipe del momento, como si el que estuviera toreando, fuera él, y repitiera los muletazos...con duro gesto.
El recuerdo brota en su mente y humedece sus ojos. Nada más propio de la mente humana que emocionarnos por los recuerdos de la infancia o de la juventud. Tampoco eso es ajeno al ser humano.
La belleza atrae indudablemente.
Suelen ser las emociones las que influyen sobre la razón y no al contrario, o en todo caso es más fácil esta relación que la inversa. Dicho con otras palabras, también necesitamos “el corazón” para pensar y, nada más humano, nada más necesario que el sistema emocional para gozar del patrimonio cultural inmaterial, para emitir expresiones. Tertulias taurinas antiguas. Peñas. Comunicación.
El ser humano necesita siempre de otros seres humanos para mantener vivo el fuego emocional.
Las emociones son como un fuego que se aviva en contacto con otros seres humanos. El patrimonio cultural artístico, por lo que tiene de colectivo, de colaborativo, porque se conserva y almacena únicamente en la mente, tiene un alto componente emocional. Se puede ver un partido por televisión. Pero una corrida de toros no es lo mismo.
El espectáculo más democrático del mundo. Los goles los dan los espectadores.
Es un ritual colectivo litúrgico que nos produce sensación de felicidad.
La asistencia a una corrida de toros, se puede asociar a su lucha por la libertad. Y al recuerdo de nuestros padres. Y más si hay personas que opinan lo contrario. Es también un acto social. Festivo.
Las emociones producen felicidades. Y Sentimientos de agrado.
La tauromaquia fomenta la empatía. Es necesario ponernos de acuerdo para premiar o abroncar. Y todo tiene su momento, y tiempo, preciso.
A este respecto, el filósofo francés Francis Wolff, considera:
“La corrida no es ni inmoral ni amoral en relación con las especies animales. La relación del hombre con los toros durante su vida y su último combate es desde muchos puntos de vista ejemplo de una ética general. (...) Porque el combate en el ruedo, aunque sea fundamentalmente desigual, es radicalmente leal. (...) Tiene, pues, que ser con el respeto de sus armas naturales, tantas físicas como morales. El hombre debe esquivar al toro, pero de cara, dejándose siempre ver lo más posible, situándose de manera deliberada en la línea de embestida natural del toro, asumiendo él mismo el riesgo de morir. Sólo tiene el derecho de matar al toro quien acepta poner en juego su propia vida. Un combate desigual pero leal: las armas de la inteligencia y de la astucia contra las del instinto y la fuerza.”
François Zumbiehl recuerda:
“La pertenencia de la fiesta de los toros al patrimonio latino, no sólo porque la comparten España, Portugal, el sur de Francia, cuatro países andinos y México, cada uno de estos pueblos con su interpretación peculiar, sino también porque emana de una herencia común, vinculada en particular con el legado grecolatino. En esta cultura del sur no se considera la muerte como una realidad obscena que debe ser escondida y encerrada en lugares apropiados. Forma parte del ciclo normal de la vida, y por lo tanto conviene tener cierta familiaridad con ella, amansarla de alguna manera, poniéndola en escena. La corrida procede del mismo rito catártico que aquel de la tragedia griega, de la ópera italiana y de las procesiones de Semana Santa.
Por eso merece ser defendida una de las ceremonias más auténticas que nos quedan de nuestra cultura milenaria, todavía vigente”.
Así lo entiende José María Pemán siguiendo la obra de Manuel Sánchez del Arco “Giraldillo”:
“Los toros son un sacrificio, un rito ancestral, no sanguinario, pero sí ineludiblemente sangriento. Hay que ligarlos con raíces micénicas, ibéricas y romanas de razas fuertes y solares.
(...) Y ya colocado el problema en ese terreno -sacrificio y rito entre toro y público-, todo se aclara y se tranquiliza. Ese rito no existe casualmente desde el Redaño hasta las desembocaduras del Betis y el Tajo, salpicando a América, por casualidad. Existe como atávico rito de purificación y liberación de la crueldad animal y nativa, de esas ardientes razas solares.
Para Sánchez del Arco, “estoy dispuesto a admitir que de no matar tantos toros, nos hubiéramos matado unos a otros”. Realmente, si se fija uno un poco, toda la crueldad del público de toros se dispara hacia el ruedo; en las gradas, salvo alguna bronca leve, hay mucha más guasa, risa, puros, novias y refrescos. De una corrida de toros sale el público tranquilo y sedante. A veces hasta toreando.
Más sangre hay en el cine o en determinados video juegos.
El criterio para aceptar o rechazar el toreo será una cuestión de sensibilidad.
Fernando Savater dice: “No tengo una doctrina especial sobre la tauromaquia, creo que es una expresión simbólica de nuestra conciencia de vivir siempre tanto mejor cuanto más de cerca burlamos la muerte.”
Santiago Pérez Gago:
“la Tauromaquia, como arte, es fuente y método de sabiduría, desde el corazón, desde la pasión.”
Zumbiehl:
“Se viene a participar en una ceremonia en la cual la muerte del toro ocupa desde luego un lugar central (sin olvidar que esta muerte representa también la nuestra, la de todos los mortales), pero cuyo fundamento a fin de cuentas es la comunión entre la vida y la muerte,...”
¨La corrida induce una idea de resurrección” como indica Julia Rivera Flores en “Cuenta y Razón”.
“Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española” (Federico García Lorca)
No hay gobierno que la abola.
Ni gobierno que lo abole.