La foto adecuadamente dedicada

UN TBT POR LA GRACIA DEL GUADALQUIVIR
Por Magaly Zapata

Hurgando entre el ayer que se revive en las fotos, encuentro esta y me lleva hacia el origen de mi afición. Aunque ya me dicen mis tías que mi abuelo materno lo era pero no pude disfrutarlo, fue mi padre quien cuando pudo no dudó en trasladar la oralidad de la tradición taurina y me enseñó a vivirla y disfrutarla a su lado.
 
Amigos tenía que eran de los de ‘hueso colorado’ y entonces como hoy, era un espectáculo casi inalcanzable para algunos, y en tiempos que una temporada limeña excedía la decena de tardes, significaba todo un presupuesto semanal. Sin embargo, en cuanto podía permitírselo su actividad profesional y la economía personal no dudaba en sentarme en una contrabarrera del tendido 15 de Sol en Acho, en sus faldas, para vivir en comunión una iniciación al rito de la tauromaquia.
 
En aquellos días en que apenas despegaba unos pocos palmos del suelo, no había mayor gozo que caminar ese domingo de la mano de mi padre, cruzar el puente de la avenida Abancay, bajarlo y encontrar aquel perfil inhiesto de color rosa del otro lado de la ribera del Rímac, río tutelar, aquel río hablador como dice de él una canción. Mirando hacia arriba iba, de la mano de mi papá, tiempos de llenos en los tendidos, no te sueltes que te pierdes me decía, pero mi obnubilación era tanta como mi desesperación por entrar y llegar a la zona del patio de cuadrillas y esperar con él la entrada de los toreros.
 
El brillo del oro de sus trajes me cegaban, bajaba la mirada y me topaba con los bordados cuando los veía pasar con prisa a la capilla, era parte del ritual que aceleraba el corazón a mil hasta verlos regresar porque ya era la hora de entrar para el paseíllo, empujones y apretones de los mayores, todo soportaba, nada iba a impedir mi hora, el momento en que conseguía rozar sus bordados con la yema de mis dedos, táctil sensación que reposa en mi inconsciente imaginario, creer que había alcanzado lo divino no tenía comparación, porque estaba ante un dios, un héroe, un ser superior y especial.
 
Henchida de emociones era ya el momento de entrar por el vomitorio y ver a los amigos de mi padre, don Bahamonde el más singular de todos, grande, enorme, con el sudor encima y el puro en boca, casi me narraba lo que iba viendo con fruición. Extasiada vivía cada tarde y extasiada revivía esas emociones y momentos cuando días después llegaba a casa mi padre con la foto autografiada, fotos que don Bahamonde, para mi ‘el amigo de los toreros’, le daba a papá para mi y que yo desde muy pequeña atesoraba en un álbum con el que paseaba y no se despegaba de mi ni en el cole.
 
De ahí sale esta foto del diestro sevillano Rafael Torres. Un recuerdo que destella siempre es haberlo visto enfundado en un verde claro que centelleaba tanto como sus ojos. Despedía una luminosidad tan especial en la arena antigua del Rímac, tanto como su estar en el ruedo como esa alegría y gracia propia de su sevillania torera. No se que tenía que me encandilaba y sobrecogía, que me encantaba.
 
Y como aquí he dejado dicho que los caminos se entrecruzan, digo que los recuerdos también y me asaltan unas palabras que me dijo Don Antonio Burgos, intelectual y taurino de rancia estirpe sevillana alguna vez que lo entrevisté para mi programa de la radio en tiempos que publicó las memorias autorizadas del maestro Curro Romero; y a manera entrelazar corazones y ciudades empezó diciendo… desde Sevilla y su Alameda de Hércules, hasta Lima y su Alameda de Los Descalzos… y hoy sólo me permito pergueñar, y casi in sordina, que con la emoción rediviva de algún destello de Rafael Torres en mi memoria y de algún momento suyo en mi Acho del alma, con ese salero garboso al andar, pasito a paso, que me parecía una danza en los medios esperando la bravura del burel en su muleta sujetada en la diestra y alante para poder desnudar su alegre alma y desbordar del cauce su gracia torera; hoy caigo en cuenta que era aquel “último afluente de la escuela sevillana del Gualdalquivir” en palabras de Jesús Bayort, el que me dejó sentimientos y huellas imperecederas del toreo cuando se hace con gracia, con pellizco y se graba en alma y memoria de una niña que ya siendo mujer, y siempre al arrullo del Río Hablador, lo recuerda, hoy como ayer, en este TBTtaurino de los jueves. Romanticismo del ayer que ‘un selfie’ modo SteveJobs se tumbó.

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tribuna da tauromaquia 
by MAGALY ZAPATA, corresponsal en América
Fotografia : Archivo Magaly Zapata
Recuerde : imágenes a mayor tamaño si hace click sobre ellas).
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