Por Jesús López Garañeda
, Federación Taurina de Valladolid
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Pelando frío, como no digan dueñas, pero sobreponiéndose a la inclemencia meteorológica, al llegar esta fecha de primeros de febrero, las festividades de la Candelaria y San Blas, el patrono de los atragantos, eran buen momento para ir hasta la localidad serrana madrileña de Ajalvir y ver allí las corridas de toros que anunciaba el empresario de la localidad, el veterinario Cipriano Hebrero, de quien guardo siempre un grato recuerdo por su exquisito trato y atención tanto de él como de sus hijos.

Y en el recuerdo era el instante de poder ver torear al diestro vallisoletano David Luguillano, hoy ya peinando canas y cumpliendo años, con su habitual duende y simpatía, además de la precaución adoptada para componer su figura torera frente a un toro bravo.

David hoy sigue practicando el toreo pero dedicado fundamentalmente a comparecer en festivales sin picadores, lanceando novillos, pero siempre poniendo de sí mismo la gracia que atesora en esta vocación torera que le ha guiado hasta aquí.

No obstante, hoy estas líneas están dedicadas y escritas, como no podía ser menos, por un aficionado que ve transcurrir el tiempo, entre idas y venidas, lamentos y enfurruñamientos de aquellos que creen que por vestirse de luces, creen que todos los demás deben estar dispuestos a lanzarles loas por su gestión y actitud. Pues no. Aquí cada uno pone lo que quiere de quien quiere y opina, con normas educadas y de estilo, de cuantos están, como dicen vulgarmente, en la pomada del día a día. Por eso, tantos y tantos toreros tienen ahora contratadas personas para que les canten las excelencias de sus obras en esos gabinetes de prensa que solo llevan en sus ordenadores miel y azúcar para sus patronos.

Nosotros como en el dicho, «en nuestro hambre mandamos nosotros y nadie más«. Y así son y deben ser los aficionados cabales.

Volviendo al frío gélido de Ajalvir para ver una corrida de toros o cayendo copos de nieve en Valdemorillo hasta que a Tomás Entero se le ocurrió cerrar la plaza y conformar un recinto de acogida hermoso y cálido para que allí pueda haber toros en invierno. Ese frío inclemente no era obstáculo para desplazar los huesos hasta Ajalvir, ver y luego contar las cosillas de la corrida en una crónica más o menos improvisada, mejor o peor redactada, pero siempre plena de independencia y sencillez.

Hoy, este año, los festejos taurinos están suprimidos. Tan solo encierros y capeas con reses de Monteviejo serán lidiadas en las calles y plaza de toros de Ajalvir, con lo que otro año más que no se verán lentejuelas ni sedas de colores en los trajes y vestidos de torear.

Es un esfuerzo empresarial que nadie está dispuesto a pagar por mucha afición que se tenga porque aquellos quijotes hoy han visto que «en los nidos de antaño, ya no hay pájaros hogaño«. Pues eso.

Foto: José FERMÍN Rodríguez