Con la ramita de romero en su mano, en una de sus apoteósicas vueltas al ruedo en Sevilla

tribuna da tauromaquia
Nos lo recordaba hoy, a primera hora, nuestro buen amigo de la TRIBUNA da TAUROMAQUIA, Joaquim Murteira Correia : 
"Hoy cumple 89 años el Maestro Curro Romero " El Faraón de Camas " !...
Mucha salud y que Dios lo proteja !.

Curro Romero lo ha sido todo en el Toreo. Y por tanto, su recuerdo permanece inalterable. Hace ya muchos años, en 1993, acudí a Sevilla en el Domingo de Resurrección. Y no me perdí la tradicional corrida de ese día en La Maestranza. Tomaba la alternativa Manuel Díaz "El Cordobés", el padrino era Curro Romero precisamente. Y el testigo, Espartaco. Los toros era de Torrestrella, una ganadería en sus mejores momentos entonces. Un cartelazo.

Sonaron clarines y timbales. La banda dirigida por el maestro Tristán se arrancó para el paseíllo con el tradicional pasodoble "Plaza de la Maestranza" y... aparecieron por la bocana de la puerta de cuadrillas los toreros... A mi lado, en la grada de Sol, un veterano aficionado sevillano, nada más ver a Curro avanzar, exclamó en voz alta dirigiéndose a quienes tenía al lado :

---¡Ahí está, ahí está...!. Fijaos bien, porque solo con verle hacer el paseíllo ya merece la pena haber pagado la entrada...

Así querían a Curro Romero en Sevilla. Por eso, cuando lograba estar bien -no siempre-, en las corridas donde derramaba aquellas gotas cuantificadas de su esencia taurina tan especial, tan suya, el público sevillano, con Curro deliraba... Aquel capotillo recortado de su última etapa -para que no le pesase como los de antaño- y aquel gracejo tan especial con el que lo mecía, a poco que el toro colaborase hacía que los ¡Olé! sonasen como en ningún otro momento en la plaza sevillana. No le pedían faenas redondas, en aquella su recta final de carrera; le pedían, se conformaban, solamente con pinceladas... Iban a la plaza a verle, a suspirar por aquellos retazos de Toreo con tal especificidad, con tal excelencia, que solamente Curro podía interpretarlo. 

Lo mismo sucedía con la muleta; un par de series con verdadero aplomo y sabor añejo y... los espectadores ya eran inmensamente felices. Curro Romero era todo un ídolo. Por eso, cuando a la hora de matar -hablo siempre de su etapa final- generalmente aliviándose se salía de la suerte y despachaba con media en buen sitio y un descabello, se le perdonaba -también en razón a su edad- aquellos finales. A cambio, eso sí, un paseíllo con aquella torería innegable, aquella prestancia, aquella estampa solo suya; y unos lances de capote y unos pases de muleta con sabor añejo, con los que poder gritar a coro, profundamente, ¡olé!, al paso que cerraba las suertes... Luego Curro se iba de la cara del toro con aquel tronío que con especial realce encarnaba cuando sabía que tenía al público ya en el bolsillo.

Para el, cortar la oreja era solo un símbolo, momentáneo, enseguida se deshacía del apéndice del toro que había logrado. "Son despojos, no merece la pena portarlos", dijo un día explicando el escasísimo tiempo de los trofeos en sus manos una vez que el alguacilillo se los entregaba... Por eso también, en la grada nunca faltó quien, atentamente, en cuanto Curro se deshacía de los "despojos", le lanzaba unas ramitas de romero... que el tomaba con cariño y portaba orgulloso en sus vueltas al ruedo.

Habría mucho que escribir sobre Curro Romero. Muchísimo. Hoy era su cumpleaños. Y esto que torpemente escribo y cuento, es solo el recuerdo de aquel domingo de Resurrección en Sevilla, pero también de unas cuantas otras tardes que a lo largo de los años de su etapa final de carrera, tuve la suerte de ver a don Francisco Romero López, Curro Romero.

EUGÉNIO EIROA