Por Jesús López Garañeda, Federación Taurina de Valladolid.

Toros de Tierz. Foto: Archivo Federación Taurina.
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Se acercan los fríos al campo bravo y el reburdeo de los animales baja en intensidad hasta que llegue el arranque primaveral cuando los sonidos del campo hagan revivir una pasión entre quien escucha. Las dehesas están metidas de lleno en parideras y angustias como consecuencia del lobo depredador que ha ocasionado más daño en algunas ganaderías que el propio Ministerio de Hacienda, que ya es decir.

Mi buen amigo Pepe Mayoral que tiene en la Guareña junto a su hermano Juan su feudo agropecuario, el que pusiera en candelero su padre José Luis allá al pie del cerro de Castronuño, nido de águila elevado que da vista al valle del Duero y a su afluente el Guareña donde un parque de naturaleza consigue generar algo de proyecto futuro en la zona, ha sufrido el ataque lobero en algunas de sus reses a las que han desbaratado, matado y comido y que trae a mal traer a los hombres de ese enclave.

Abundancia de lobos, depredador inmisericorde, que lo mismo come al rebaño que al pastor y al que solo son capaces de hacer frente los grandes mastines, han estropeado con ataques que se repiten parte de la camada de reses bravas, recentales y becerros devorados sin piedad. Y todavía sigue habiendo seres humanos que desde sus confortables despachos, refrigerados en verano y calefactados en invierno, legislan al favor del delincuente, depredador y asesino, el lobo. Yo les pediría a esos proteccionistas que hicieran como san Francisco de Asís con el lobo de Gubbia, salgan a su encuentro y se lo lleven a su convento a ver si allí con los rezos se amansa la fiera.

Este verano además otras ganaderías sufrieron el azote del fuego, como aquella de los Lastrones a la que dedicamos nuestro comentario cuando las llamas devoradoras hicieron acto de presencia en sus instalaciones ganaderas.

De manera que si no era poco el lobo, ahora también se han unido los elementos, ya sean viento, agua, fuego o la tierra, los cuatro jinetes del apocalipsis, quienes cuando se desbocan no hay mano capaz de pararlos.

A las dehesas ha llegado también la paz octaviana, la tranquilidad, el sosiego en el que no aparecen por allí camiones para cargar y trasladar reses a las plazas en un ir y venir saludable para la economía ganadera, pero de intranquilidad para los mismos animales que mueven las orejas nerviosos barruntando el peligro. Por lo menos dejémosles descansar y hacerse hasta que acabe el invierno aunque aparezcan como de capa caída entre la niebla, el aguacero y la nieve.