Por Jesús López Garañeda, Federación Taurina de Valladolid.

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Las calles pagan mejor los toros de lidia y sin manipular los pitones.

Ha saltado la alerta en el campo bravo de cara a las dos próximas temporadas fundamentalmente porque la escasez de animales de lidia al haber sido reducidas las camadas al máximo supone que los precios de cada toro se encarecerán y no hay suficientes para la demanda de todas y cada una de las plazas, castigando sobre todo a aquellos pequeños y modestos empresarios que deseen participar en la adjudicación de cosos para celebrar las ferias taurinas.

Se sabe que los veedores de las grandes empresas ya tienen reconocido el campo bravo y conocen dónde y cuánto hay en cada una de las ganaderías, sobre todo cuando buscan el extraordinario fenotipo del animal, conformado con una alta percha de defensas naturales, cuajados y en tipo morfológico del encaste para lidiar en las llamadas plazas de primera.

De todos modos, la fiesta de los toros, la Tauromaquia en general precisa de un sosegado y riguroso estudio de posibilidades tanto para las reses como para cuantos profesionales intervienen, y sin olvidar al público que paga la entrada, pues la cuenta de resultados de estos últimos años en todos los sentidos ha sido un precipicio muy duro, casi, casi un pozo sin fondo en el que han caído quienes en otros tiempos navegaban a favor de la corriente.

Según los números que facilitan en el censo la Unión de Criadores del Toro de Lidia, los erales que hay ahora mismo en el campo, a fecha de noviembre de 2022, son 8.700; los utreros alcanzan la cifra de 6.138; los toros cuatreños están en 3.706 y los cinqueños en 2.077. De manera que la rebaja en cabezas de ganado es más que notable, por lo que, presumiblemente, los precios de esta temporada subirán sin duda ninguna.

La Real Unión de Criadores de toros de lidia que preside el burgalés Antonio Bañuelos ya debería ejercer su actividad tras pensar sosegadamente qué cambios, qué estructuras, qué medidas adoptar para que esta Fiesta entre en la época actual con la pujanza y fuerza que siempre tuvo entre el público espectador pues los toros son una emocional función, plena de colorido, luz y alegría, función pública heredada del ayer y que debe ser mantenida, protegida y fomentada por encima de todo para el bien general.

Las calles cuando se corren toros están abarrotadas de gente joven y en las plazas, salvo honrosísimas excepciones, sus asientos están poblados de calvas y canas. Por eso urge un cambio tras análisis sosegado.

Foto: José FERMÍN Rodríguez