Por Ana Mateo, texto y fotos.

In "DE CASTA NAVARRA Y CORAZÓN VAZQUEÑO"

Cuando el corazón manda más que la cabeza te encuentras embarcada en una gran aventura, cruzando el país con el objetivo de ver una joya genética preservada durante generaciones por unos pocos románticos del campo luso. 

Después de imaginar mil veces como sería ver los vazqueños en aquella finca, ahí estaba yo, aún sin creerme que me encontraba frente a las puertas que guardaban la legendaria finca de Vil Figueiras. Puertas por donde toros de renombre como "Lareiro"-42 ,"Aspirante"-106, "Aspirante II"-55, "Queimo"-48, "Ninho"-97, y muchos más se ganaron el corazón de todos los aficionados de Zaragoza, con su encastadas y emocionantes actuaciones. Por donde "Levantado" embarcó rumbo a Ceret para hacer historia. Puerta que "Laranjo"-69,  "Tangerino"-73, "Agolado"-74 y el resto de sus hermanos cruzaron para conquistar Orthez. Puerta por donde, "Nortenho"-172, "Pereiro"-94, "Tomateiro I"-194 y otros tantos han llegado a las calles de España gracias a muchas peñas, para dejar el listón bien alto. Puertas que guardaban la entrada del territorio vazqueño por excelencia, las puertas del territorio del "Terror, pavor y furor". 

Al cruzar la entrada, un aroma añejo envolvía toda la finca y te hacía retroceder en el tiempo. Custodiaban aquellas tierras los espectaculares novillos que con apenas 3 años de edad ya infundían terror. En medio de aquel prado se encontraba el que parecía el jefe del cercado, que desafiante y con sordos sonidos parecía que nos daban la bienvenida. 

La historia de esta legendaria ganadería comenzó a forjarse en 1848 cuando la ilusión de ser ganadero impulsó a un joven llamado Don Antonio José Pereira Palha a comprar reses de origen vazqueño para así comenzar su ganadería. A su muerte, heredó la vacada su hijo Don José Pereira Palha, apodado y conocido por todos como el "Palha Blanco", quien estuvo al frente de la ganadería durante 66 años, dirigiéndola con sabiduría hasta colocarla en lo más alto dentro del orbe taurino. Al fallecer el famoso "Palha Blanco", su ganadería fue repartida entre sus familiares más cercanos.

Una parte le correspondió a Don Antonio y otra a los gemelos Carlos y Francisco Palha. Estos últimos, añadieron vacas y sementales de Pinto Barreiros de procedencia Gamero Cívico, adquiriendo además sementales de diversos orígenes, con el fin de crear un toro pensado más para el tercio de muleta.
 
Años después los gemelos decidieron apuntillar los animales de su abuelo, el "Palha Blanco", aconsejados por un torero muy amigo de la casa. Aquel día, mientras los vazqueños esperaban en los corrales su cruel destino, una berrenda en negro armó un gran alboroto, rompiendo varias puertas de los corrales. Don Fernando Pereira Palha, hijo de Don Antonio, observó la seria vaca que, desafiante, no perdía de vista al caballero de ala ancha, en ese mismo instante Don Fernando pidió a los gemelos que le vendiera aquella vaca y los gemelos accedieron a cambiársela. 
Desde aquel día Don Fernando Pereira Palha emprendería la difícil tarea de recuperar el toro que su abuelo había creado, aquel toro que se había labrado una gran reputación gracias a su casta, peligro y emoción. Don Antonio había heredado la legendaria finca de Quinta Da Foz donde tenía animales de procedencia vazqueña y ahí fue donde el romántico ganadero comenzó con la recuperación de aquel toro que había creado el "Palha Blanco".


"Para mi el toro tiene que dar impresión al publico y para eso el toro tiene que tener cara, pitones, y una cruz alta. Para que pueda traer al tendido la emoción, repito y repito siempre que traiga emoción". Así era como Don Fernando definía a su toro y así es como siguen siendo los vazqueños a día de hoy. De la igual modo, el ganadero sabía a la perfección que caracteres no quería plasmar en sus toros y la nobleza era uno de ellos, aborreciendo la más mínima posibilidad de que sus pupilos resultaran nobles durante la lidia.


A lo lejos, los erales, admiraban al igual que yo aquella novillada que para mi desgracia no llegaría a lidiarse en una corrida ordinaria de toros. Con tan solo un año de edad, los pequeños de la casa tenían ya una seria expresión y más puntas que muchos toros de España. Aquella camada presentaba una uniformidad de pelos poco habituales dentro de las camadas, donde destacaba por su precioso pelaje un lucero, algo más pequeño que el resto de sus hermanos pero igual de serio.



En su día el ahora cercado fue utilizado como pista de aterrizaje para las avionetas y los surcos que estas habían dejado en el prado guiaban ahora a los coches hasta la antigua plaza de tientas que aún conservaba sus burladeros de madera. Aquellas tablas, descoloridas por el sol, y con las marcas que las astifinas astas habían dejado en ellas, guardaban mil y una historias de tantas tardes de tientas y de tantas alegrías que le habían brindado al ganadero luso.
Entramos en el cercado de al lado, donde una pequeña pradera terminaba en un frondoso bosque. Poco a poco, y debido al sonido del motor del todoterreno, varias cabezas empezaron a emerger casi de la nada. Se trataba de las eralas que no se quedaban atrás en cuanto a presentación. Los pelos berrendos, ensabanados, jaboneros y caretos junto a las finísimas astas que portaban las jovenes damas vazqueñas convertían aquel cercado en un precioso paraje.



Entre los arboles se encontraba una singular ensabanada careta que destacaba por la singularidad forma de sus pelos negros que confeccionaban una especie de corazón. El color de sus ojos se fundía con sus manchas negras haciendo que su mirada te cautivara y helase la sangre. Eso junto al hecho de que siempre se mantuviese detrás de sus hermanas la convertía en una misteriosa vazqueña.
Por contra, sus hermanas jaboneras estaban en primera línea. De siempre se ha dicho que la curiosidad mato al gato pero no sé quien de todas era más curiosa si aquellas jaboneras, que desafiantes no perdían detalle, o yo.


Poco a poco y sin apenas darme cuenta aquellas preciosa eralas, haciendo gala de su carácter,  comenzaron a cambiar la forma en la que nos observaban, cambiando la mirada curiosa por la desafiante. En aquellas jaboneras de intimidante presencia y finas defensas se hacía presente la herencia genética de otras dos vacas que habían sido fundamental a la hora de formar la ganadería. En su fenotipo saltaba a la vista su procedencia veragüeña. Las oscuras tonalidades en los pelos jaboneros y el largo morro eran la herencia genética de varias grandes vacas de esta casa ganadera, entre ellas la famosa "Mileira".
De pronto la manada emprendió la carrera. En aquel momento el tiempo parecía detenerse, observando con asombro como aquellos preciosos pelajes coloreaban a su paso el verde paisaje, escuchando tan solo las pisadas de las jovenes que galopaban por el cercado al son de los pájaros que cantaban al atardecer.


Seguimos aquel camino de tierra que conducía a uno los cercados más espectaculares de la finca. A nuestra llegada aparentemente el cercado parecía deshabitado, tan solo unas pisadas en el suelo y varios senderos indicaban que aquel paraje albergaba más fauna. Al cabo de varis minutos, y tras varias llamadas seguíamos sin ver nada. Lo que no sabíamos es que, en lo alto de aquella colina las vazqueñas ya nos vigilaban desde las sombras. La poca luz que conseguía filtrarse entre la frondosa vegetación de los árboles iluminó una preciosa vaca de negra cara con una singular mancha blanca.
En un abrir y cerrar de ojos, la manada entera de coloridas damas que guardaban aquel cercado se hizo visible. En fila, las vacas comenzaron a moverse hacía una zona más llana, como si quisieran enseñarnos el resto del cercado. 
La diversidad de pelajes que presentaban aquellas vacas era abrumadora al igual que las puntas que portaban y que cortaban el viento. Una de las muchas peculiaridades de esta casa ganadera es que cada pelaje guarda detrás una fascinante historia. Dos berrendas, casi idénticas, eran algunas de las vacas que habían heredado el legado de "Chinarra".


Guardaba el final de la manada un desgastado semental de jabonero pelo que destacaba en la oscuridad. El sol dejaba al descubierto sus marcadas costillas y sus desgastadas y acarameladas astas, mientras su profunda mirada se clavaba en nosotros. Al llegar a terreno más llano comencé a fotografiar sin saber muy bien hacía donde mirar abrumada por aquel escenario. El viejo semental se quedó a escasos metros de mi, seguía guardando la cola de la manada donde me había incluido, sin intención de interrumpir la sesión fotográfica. 
Aunque a más de una se le veía en la cara las ganas que tenían de arrancarse y buscar pelea, ganas que por suerte las serias miradas de aquel semental mitigaban.


La vegetación enmarco una foto de lo más singular, a la par que perfecta. A la izquierda, tapada por la vegetación una muestra perfecta de lo que es una vaca de Don Fernando, ensabanada, capirote y botinera, pelaje más que característico dentro de este hierro. En medio, otra dama de típico pelaje que destaca por sus astas, características de aquellos animales procedentes de la línea de Nogue que se diferencia del resto por sus pequeñas astas. Y a la izquierda una vaca de singular pelaje que por su lucero recuerda más a los animales de Vega-Villar.
La verdad es que llevo muchos años recopilando fotos sobre esta ganadería y me impresionó ver pelajes que  no eran tan habituales en esta casa ganadera. Dos vacas de negra capa, bragadas, recordaban a los ya mencionados toros de Vega-Villar. Sobre todo, aquella vaca de castaño pelaje que portaba ese característico lucero más que habitual en ganaderías de esta procedencia. Encaste que no deja de llevar sangre vazqueña ya que surge a partir del cruce de vacas de casta Vazqueña con sementales de Santa Coloma. Ahí esta el misterio y encanto de la genética del toro bravo.




En los cercados de Vil Figueiras hace mucho que dejó de verse aquel sombrero de ala ancha y aquella sonrisa que las injusticias del sistema no habían conseguido borrar. Hace mucho que dejaron de escucharse las llamadas del romántico ganadero y sus las intimas conversaciones con su querida vacada. Aquella tarde mientras el sol se estaba metiendo, una suave brisa se levantó, imitando aquel peculiar sonido con el que Don Fernando llamaba a sus vazqueñas. Fue en aquel entonces cuando las madres más veteranas miraban con nostalgia como los últimos rayos del sol desaparecían lentamente mientras corrían al ansiado encuentro de su ganadero.

Para terminar este reportaje me gustaría agradecer a Laurent Larrieu quien me ayudó a cumplir mi sueño. A Duarte por su amabilidad, atención, tiempo y disposición, sin el nada de esto habría sido posible. Y sobre todo a Don Luis Van Zeller por seguir manteniendo y cuidando esta mágica vacada.
Con ganas de volver a aquella finca que podría definirse como el paraíso vazqueño.