JESÚS LÓPEZ GARAÑEDA. Federación Taurina de Valladolid.

Foto : FERMIN RODRÌGUEZ

Desconozco si la canícula de estos días de julio está haciendo mella en los cuerpos de los toros como en el de las personas que produce y echa cansancio, dejadez y falta de emoción a raudales pese a la preparación adecuada que, sin duda ninguna, se realiza a fin de que todo resulte apetecible, demandado, mejor en una palabra.

Todo se prepara como suele decirse a moco de candil y sin embargo el resultado no es, ni por asomo, aquello que rompe el molde de lo sencillamente normal, predecible para hacerse grande.

Hemos estado viendo las dos corridas de toros que se han retransmitido por el canal de televisión desde el coso de Cuatrocaminos y, aunque desde hace varios años cubríamos informativa y críticamente dicha feria para repartir la opinión por nuestro portal informativo, a punto de cambiar en breve plazo su razón y existencia,  este año la mercantil responsable no ha autorizado la acreditación solicitada del medio. En consecuencia ha sido la televisión el medio que nos ha acercado la vivencia de las dos corridas de toros de los días 25 y 26 de julio.

Y a ellas me voy a referir en este comentario «a toro pasado».

Uno de los aspectos a considerar como paso previo a la salida del toro al albero para ser lidiado por los diestros toreros es la presentación. Siempre Santander dio toros con trapío, fenotipo, cuerpo, hechuras y defensas. En la corrida del día de Santiago, patrón de España y de aquí, como dicen los viejos de Ayllón, los toros no tuvieron la presentación irreprochable de otros años: Desmochados algunos, anovillados varios, flojos y descastados todos. La verdad es que los toros de Juan Pedro Domecq han perdido el oremus de su raza prestigiada en otros años y se han convertido en perrillos sin fuerza ni empuje, ni bravura, ni emoción. Por no transmitir, no transmiten casi nada y pasan sin pena ni gloria ya en numerosos sitios. Es una temporada para olvidar este hierro ganadero que tuvo un prestigio y que está cayendo en el pozo airón de lo corriente y de la nulidad brava más absoluta.

Y la corrida de ayer, una encerrona de Ginés Marín frente a seis ejemplares, elegidos por sus veedores, que suponía dentro de su juventud un paso adelante para sus contrataciones y demandas por el público o un rechazo y retroceso en el caso de haberse dado el trompazo y a punto estuvo si un público, generoso, respetuoso y amable como el de Santander que aplaude a los toreros y a los toros hasta por las intenciones, sin un silbido de reproche más que merecido, donde la lucha y el empuje en la suerte de varas da el visto bueno y comprobante a la bravura de los ejemplares lidiados sin apenas daño ni repetición de suerte. Tal vez porque se quiera acabar, como así se está logrando, con la suerte de varas y ofrecerlo todo en la faena de muleta.

Algo se está haciendo mal cuando ayer seis toros de distintas ganaderías estuvieron justos de fuerza y de raza, de juego más que mermado, pero que ofrecieron al diestro actuante en solitario Ginés Marín, templado, sobrado en su encerrona, la obtención de cinco de sus orejas como si hubiera existido en el escaparate del ruedo cenizo de Santander una apoteosis lidiadora inolvidable, cuando faltó variedad con el capote por poner un pero, aunque admirable la decisión del torero y sus volapiés con la espada, que vio la luz en Jerez de la Frontera y se hizo torero en tierras extremeñas.

Y yo me pregunto e insisto en la  misma cuestión que se plantea más de un aficionado: Pero ¿no nos  damos cuenta todos que si el toro no emociona, la faena se olvida y el interés decae, por muchos rabos y orejas que se corten tras la explosión generosa, buenista y dadivosa de la concurrencia?.