Tras los últimos acontecimientos de esta semana, con la furibunda reacción de ataque a la Tauromaquia por parte de la controvertida alcaldesa de Gijón, a la que rápidamente se sumó el habitual coro de antis, y ante el continuo afán por parte de ciertos políticos tendentes a promover movimientos favorables a la prohibición de las corridas de toros, cobra de nuevo actualidad un interesante artículo del veterano periodista Paco Mora (director que fue de la revista Interviu), publicado en el pasado mes de noviembre en la revista Aplausos. Decía así :

Qué pena, penita, pena… / por Paco Mora


In "Del Toro al infinito" )

Uno puede entender que haya personas a las que no les guste el espectáculo taurino, pero no tienen derecho a prohibirlo. Si la democracia se distingue por algo es por ser un sistema de libertades.

Paco Mora
AplausoS / 30 de Noviembre 2020

Quieren prohibir los toros porque no los entienden y por tanto no les gustan. Si este revoltijo político que nos manda -gobernar es otra cosa- tuviera que eliminar todo lo que no entiende, tendría que prohibirlo casi todo, empezando por la democracia, cuyo significado ignoran total y absolutamente. La democracia significa el gobierno de las mayorías salidas de las urnas, pero con un enorme respeto a las minorías. Y las urnas no son, desde luego, un instrumento para eliminar a quienes no piensan como los más votados, o como el Gobierno formado por minorías que, sumadas, hacen mayoría. Esto lo entienden hasta los niños de pecho, y solo no entra en las cabezas de los que utilizan los votos democráticos para instalarse en el poder e instaurar el sistema de “el que manda, manda y cartuchera al cañón”.

Uno puede entender fácilmente que haya personas a las que no les guste el espectáculo de los toros y hasta otras a las que les repatea ver hombres con coleta hasta la cintura o con un moño erizado sobre la coronilla, pero ni unas ni otras tienen derecho alguno a prohibir ni una cosa ni la otra. Si la democracia se distingue por algo es por ser un sistema de libertades, en el que cada cual puede hacer de su capa un sayo siempre que respete los derechos de los demás.

A mí no me gusta ver cómo dos hombres se rompen la crisma a guantazos sobre un ring y por eso no he presenciado nunca un combate de boxeo. Sin embargo no he escrito una línea en contra de ese tipo de espectáculos. Tampoco me seducen las peleas de gallos ni por supuesto las de perros y he hecho lo mismo. Y por supuesto no he clamado jamás por la prohibición de tales espectáculos. Ello salvando las distancias siderales entre el toreo que es arte y cultura y ese tipo de eventos que tienen como protagonistas a seres humanos o a animales de la misma especie que se enfrentan con una crueldad innegable.

Pero claro, los aficionados o los detractores del boxeo no son suficientes para decidir el resultado de las urnas en uno u otro sentido, y cosa parecida ocurre con los que disfrutan viendo a dos gallos arrancándose la cabeza a picotazos o a dos canes pegándose dentelladas en la yugular.

Pero el toreo es una tradición multisecular en España que cuenta con millones de aficionados, y no se sabe de dónde sacan los prohibicionistas del toreo que darle el cerrojazo a la Fiesta supondría un vivero de votos para sus respectivos partidos.

Uno está convencido de que los enemigos de la tauromaquia andan errados –sin hache por favor-, pero continúan “erre que erre” pensando que la prohibición significaría un éxito electoral para los abolicionistas. Y descuidan -hasta abandonar- los problemas reales del país, empleándose a fondo en darle palos de ciego al toreo hasta que hable inglés. Qué pena, penita, pena…