Puerta de acceso a la entrañable plaza de toros de Chamusca


Han pasado ya 24 años, nada menos. Y aún me parece que fue ayer. 

Ahora, observo, este verano del 2.021 ya casi pasó su ecuador. En este tiempo de pandemia aún resulta más desolador, más preocupante el paso de los días, quizás porque ves que se te van de las manos, uno tras otro y resulta que no vuelves a la libertad, a la normalidad de dos años atrás... Entonces piensas, en lo que podrá o no venir próximamente. Y en lo que se fue. Y entre tanto pensamiento, entre tanto darle vueltas a la cabeza, aparecen los recuerdos felices, de momentos que añoras, de amigos que conociste y ya no están; que deberían de estar aún aquí, porque tendrían en ese caso mi misma edad... 

Y en el marasmo de tantos pensamientos, muchos contradictorios, echas cuentas al acordarte precisamente de alguien que apreciabas y resulta que... 24 años hace ya que su cuerpo descansa en el cementerio de Chamusca, aquel que está a salida de la población, poco más allá de la legendaria plaza de toros...

El recuerdo de un pasado que no volverá nos lleva 24 años atrás, al día de la inesperada muerte de Manuel, aquel gran taurino de Chamusca, que tuvimos la gran suerte de conocer y tratar durante años.

Venticuatro años después de su desaparición, recordamos ahora, aquí, el artículo que publicábamos en su día en "O Mirante", el gran semanario regional de Santarém, el mayor y mejor de Portugal, publicación que tan brillantemente fundó y dirige el enorme periodista y excelente escritor y poeta que es Joaquim António Emídio, un ribatejano ya universal, culto entre los cultos y amigo de verdad de sus amigos. 


Decíamos 24 años atrás :

¡ Va por ti, Manuel...!


Murió Manuel. Manuel Cruz Condeço, ribatejano con mayúsculas, gran artista de la cocina y, en el fondo torero, frustrado torero, que convirtió su restaurante "O Poizo do Bezouro" en cátedra taurina. Así le conocí. Así volvía a verle siempre en las vacaciones de cada verano. Ahora, ya no será posible. Los vídeos taurinos que cada año le llevaba, ya no podrán llegar a sus manos en este mes de agosto.

Cuando el coche fúnebre de "Bento&Marques" pasaba por delante de la entrañable plaza de toros de Chamusca, en el último viaje de Manuel, ya camino de la tierra del cementerio, sentí una emoción especial, caminando en aquel cortejo. Sentí que, imaginariamente, forcados y cavaleiros, toreros y campinos, mayorales y banderilleros, salían a la puerta de la plaza y se quitaban monteras y tricornios, barretes y sombreros, en señal de adiós y respeto, brindis y recuerdo, a este Manuel Cruz Condeço, que entre fogones y platos, entre premios gastronómicos y aplausos de los comensales de su Casa, tarareaba siempre el "pasodoble", cuando no ensayaba un "natural" con aquel gran delantal que ante el fuego de la cocina se ponía.

De un ataque al corazón murió el bueno de Manuel. La vida, en verdad, es esto : nacer y morir. Esto último, como en el caso, a veces sin aviso. La vida está llena de gentes simples, humildes, sencillas... pero generosas, inmensamente grandes en sus corazones. El de Manuel lo era tanto, que un día de este mes de julio le traicionó, le dijo que ya no le cabía en su pecho.

Permíteme, amigo lector de "O Mirante", este canto final a Manuel, que no es sino el canto a todos los ribatejanos simples, sencillos, honestos; trabajadores de sol a sol, que forman tanto y tan bien el carácter de esta tierra para mi tan querida.

Cuando la tarde se iba camino de Obidos, de Peniche, de Lourinhá, de las Sisargas y del inmenso océano de Vasco de Gama; cuando el Sol nos decía adiós en la tarde de aquel viernes de julio, allí, en el cementerio de Chamusca, al lado de las encinas y los alcornoques, en la paz para siempre, quedaba bajo tierra el cuerpo de Manuel. Solo eso, sus restos. Porque Manuel está ahora en las bancadas de la Gran Plaza del Cielo, con su gorrilla de torero, con sus grandotas manos dispuestas a aplaudir la mejor faena muy pronto, desde su generosidad infinita, la de tantas y tantas gentes ribatejanas, que tras su semblante curtido en mil soles de cosecha, no son capaces de esconder bondad, afecto y simpatía, sinceridad plena de gentes bien nacidas a las que, como Manuel, es ya imposible olvidar.

Desde la distancia, allá donde te encuentres :
¡ va por tí, Manuel; por ti y por tu Ribatejo, para siempre...! 


EUGENIO EIROA.


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Apéndice ahora, a modo de recuerdo...


P. S. / Manuel Cruz Condeço fue un cocinero excepcional. Su "ensopado de peixes de río" era todo un ex-libris (en sentido figurado) de la cocina ribatejana. A Manuel se lo rifaban los señores de dinero, para llevárselo a sus fincas cuando en invierno hacían cacerías en sus grandes quintas y pretendían agasajar a sus invitados con un almuerzo de categoría. Manuel llevaba todo en una furgoneta : 30, 25, 24 años atrás... era maestro también en eso del cátering y capaz de cocinar en el campo de modo ambulante con casi la misma calidad que en su restaurante. Era un fenómeno y se lo rifaban para que con su gran furgoneta plena de platos, jamón pata negra y viandas preparadas y a preparar... fuese a aquellas fincas señoriales a servir una gran mesa con la que el dueño de la quinta iba a quedar de maravilla ante sus invitados.


"O Poizo do Bezouro" (luego le dieron en llamar "Poiso do Besouro") era un templo del buen comer, como pocos sin duda. No había lujo, era una gran nave, parte de ella antiguas caballerizas, todo reconvertido en típica casa de comidas, de altísimos techos, tanto que era imposible sacar las telarañas de allá arriba, entre las tejas... Paredes blancas pero repletas, de banderillas, farpas, barretes, láminas, cuadros, fotos, carteles de corridas de toros... mantones típicos, adornos por todas partes, pero todo relacionado con la tauromaquia; también enseres y algunos aperos propios del campo ribatejano. 


Estabas comiendo allí y no te aburrías entre tanto que había en las paredes grandes de aquella especie de museo taurino. Mesas y bancos corridos, nada de sillas con respaldo, lujos por ningún lado, pero...¡qué bien se comía allí!, entre aquellos manteles de cuadritos azules y blancos, o rojos y blancos, aquellas jarras de barro donde te servían el vino ribatejano si era a granel (y excelente) aunque también ofrecían las mejores marcas en botellas; ¡qué bien se comía en la casa de Manuel!, en aquella calle Travessa do Doutor Félix Pereira, en Chamusca.


Tras la muerte inesperada de Manuel, el negocio cambió de manos; fue traspasado me parece. Volví allí a comer una vez. No fue mal la cosa, esa es la verdad; habían mejorado el local, se notaba, aunque conservando la misma decoración; trataban de hacer una cocina interesante (y no discuto el esfuerzo porque se comía aceptablemente allí) pero... faltaba el alma de aquel establecimiento, faltaba Manuel y... sin Manuel, aquello podría seguir llamándose "O Poiso do Besouro", pero no era lo mismo; realmente no era lo mismo. No volví, porque -además- se me atragantaba la comida solo de pensar que mi amigo ya no estaba entre los vivos. No volví -aunque sí a Chamusca más veces- porque para mi, tan bella población ribatejana, tiene dos nombres propios de recuerdo siempre permanente : Manuel Cruz Condeço (q.e.p.d) y Joaquim António Emídio que, precisamente allí, in illo témpore, fundó "O Mirante", su gran y ejemplar obra periodística que, cuando creció, supo trasladar en tiempo y forma a la capital del distrito, Santarêm, donde en muy pocas décadas se ha convertido en santo y seña de la ciudad.


Manuel, que ya no está -y que era un taurino de pro, un gran estusiasta de los forcados (uno de sus hijos lo fue e importante) a los que patrocinaba y a veces trasladaba a las plazas en su furgoneta convertible en minibus-... y Joaquim António Emídio, el director general de "O Mirante", son dos símbolos imperecederos -por mucho que el primero haya fallecido- de un lugar tan entrañable, tan castizo, tan para llevar en el alma, como es Chamusca (O Ribatejo) donde, por cierto, hace muchísimos años -tantos que no puedo precisar la fecha- yo asistí a mi primera corrida de toros en Portugal.


La Vida sigue avanzando, inexorablemente, para todos. 

La marcha anticipada de Manuel, ya 24 años atrás, nos dejó más huérfanos, a los que éramos sus amigos.

Su familia me llamó para decirme que había muerto, pero me lo dijeron el mismo día de su entierro. Lo hicieron a las 11 de la mañana, para que así -entonces no había, como hoy, todo autopista entre Vigo y Santarêm- prácticamente yo no pudiese ir a la despedida... No querían molestarme dada la lejanía en que me hallaba, pero sí que supiese que "o teu amigo Manuel morreu ontem, inesperadamente, um ataque ao coração e fulminante... Era só para te dizer... Mas não venhas ao funeral, estamos demasiado longe e tu com muito trabalho na Radio..."

Colgué el teléfono, me fui a casa, tomé el coche y salí como una bala cruzando la frontera, por Portugal abajo conduciendo tal vez como un loco... comí un bocadillo por el camino como pude y con la lengua fuera llegué... justo en el momento en que el féretro con los restos mortales de Manuel salía de la Iglesia central de Chamusca, tras el oficio religioso que acababan de celebrar... Metieron el ataúd en el coche de "Bento&Marques" y... un enorme gentío, entre ellos yo, comenzamos a caminar tras el coche funerario, en impresionante comitiva. Hacía calor, bastante calor y un silencio profundo... Recorrimos la arteria vertebral de Chamusca, pasamos por delante de la plaza de toros y allí, pensé, ¡qué pena, tan gran aficionado, merecía que sacásemos el féretro del coche y le diésemos la vuelta al ruedo en esta arena, para luego volver al vehículo ya camino final del cementerio!. Bien sabe Dios que lo pensé, aunque no se hizo, claro está. Pero Manuel, que tanto quería aquello que simbolizaba la plaza, el mundillo taurino, se merecía eso y mucho más.


Gracias a  Raúl Caldeira, otro gran taurino, polifacético, poeta incluso,
gran estudioso -como muy pocos- de las costumbres ribatejanas, 
podemos traer ahora, aquí, la imagen de Manuel Cruz Condeço, con
su inseparable delantal, atendiendo un cuarto de siglo atrás a unos
comensales, en su restaurante, en donde se entraba como cliente
y se salía como amigo. Así de grande era
Joaquim António Emídio,
un periodista de raza, ensayista, escritor,
capaz de hacer surgir desde la nada, hace más de 30 años, el que se 
ha convertido en el mayor y mejor semanario regional de Portugal,
"O Mirante".
Un éxito de gran dimensión que, inevitablemente, ya hace
años que despertó y despierta la envidia de incapaces y arribistas que en
el sector de la Comunicación también anidan...